.::APRENDIENDO A NOMBRAR EL MIEDO DE NO SABER NOMBRAR LO QE NO EXISTE::.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Algunas reflexiones en torno al disciplinamiento del cuerpo y el deseo

En el texto Vigilar y Castigar, Foucault, habla de la anatomía política como la maquinaria que produce cuerpos dóciles, que puedan ser utilizables con una finalidad. Las instituciones de la sociedad, tendrán como misión fijar los parámetros para llevar a cabo esta tarea. Podemos ver en el sistema escolar uno de los principales dispositivos disciplinarios que es funcional al sustento de una anatomía política. El uso de uniforme; horarios predefinidos de alimentación, recreación, ir al baño; la manera en que debes sentarte, cuándo puedes pararte, cómo debes saludar, la definición de los roles –tanto de género, como etareos-, etc., son sólo algunas –y mas visibles- técnicas usadas con el fin de modelar el cuerpo de lxs sujetxs; Se valora a las personas por su conducta corporal, por su manera de cargar con el cuerpo. Estarán establecidas de antemano las maneras correctas y la normalidad con que se deben usar y mover el cuerpo, y en consecuencias también se establecen las maneras que son incorrectas y anormales.
Ya podía verse en la edad clásica que el cuerpo constituía un ente donde podía maniobrar cierto poder, tiempo donde ya podían “en¬contrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada enton¬ces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican”(1) . En ese punto desarrollado en Vigilar y Castigar, donde es ejemplificada la figura e imagen corporal que ha sido modelada en el soldado, puede homologarse la figura del escolar, al menos a la figura del escolar normalizado.

El principal rol de la escuela a través de su ejercicio disciplinario, es ajustar los cuerpos para que puedan ser aceptables en sociedad, ser útiles consumidores y productivos en el sistema laboral. Es por eso que en determinadas instituciones escolares se educa para formar líderes y en otras se educa para aprender a seguir instrucciones y para contener el “riesgo social”. No es casual, ni mucho menos poco pensado que los programas educativos sean descontextualizados en relación a las realidades particulares en las que se impartirán, puesto que la idea central no es que lxs sujetxs cuestionen su lugar en la sociedad, sino que lo reproduzcan. No es casual tampoco que actualmente en Chile, tanto el gobierno, como el empresariado, deseen la inclusión de toda la población al sistema de educación formal, puesto que esto responde a la necesidad de capacitación de lxs futurxs trabajadorxs. La anatomía política, como el resultado de la de las técnicas disciplinarias aplicadas en la escuela (como también en tantas otras instituciones) responde sobre todo a esa necesidad de incorporación incuestionada al sistema.

Tanto en la escuela, como en la familia, el discurso de poder es adultocentrado. Lxs niñxs y jóvenes deben ser guiadxs para que “no se pierdan” por el camino de sus deseos no normalizados. Uno de los primeros disciplinamientos a los que se enfrentan lxs sujetxs, se refiere a todo lo que gira en torno a la sexualidad. Foucault expresaba que durante el siglo XVII, todas las personas que tuviesen la atribución de manejar los discursos – normativos, arquitectónicos, etc.- tenían la tarea de controlar todo tipo de prácticas cotidianas con el fin de tener bajo vigilancia la sexualidad infantil, así expresa que “todos los poseedores de una parte de autoridad están en un estado de alerta perpetua, reavivado sin descanso por las disposiciones, las precauciones y el juego de los castigos y las responsabilidades. El espacio de la clase, la forma de las mesas, el arreglo de los patios de recreo, la distribución de los dormitorios (con o sin tabiques, con o sin cortinas), los reglamentos previstos para el momento de ir al lecho y durante el sueño, todo ello remite, del modo más prolijo, a la sexualidad de los niños”(2) y esta situación puede considerarse que no ha cambiado tanto, dado la negativización que existe desde el adultocentrismo hacia las practicas sexuales de niñxs y jóvenes. Todo lo relacionado a la sexualidad infantil y juvenil es mirado con sospecha. Pensando en esto, se me viene a la mente una frase de G. Rubin: “el sexo es culpable mientras que no demuestre su inocencia”(3), es decir, de acuerdo a la moral dominante, el placer del cuerpo está sancionado, y con ello las prácticas sexuales se culpabilizan a menos que se tengan razones de peso, como la reproducción o el amor dentro de una pareja debidamente establecida, así dice Foucault que desde la moral victoriana “la sexualidad es cuidadosamente encerrada (...) La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por entero en la seriedad de la función reproductora (...) Dicta la ley la pareja legítima y procreadora”(4). Podría decirse que en la actualidad, no hay un discurso de dominación homogéneo, sino que están diversificados, hay algunos discursos que incluso pueden contraponerse y estar en tensión. Por eso, en torno a la sexualidad, también hay producción de discursos de poder que no difunden necesariamente ese tipo de moral victoriana, y se presentan de un modo más liberal, que sea condescendiente con las necesidades de captación de clientes para el mercado, por ejemplo. Sin embargo aquellos discursos liberales sobre la sexualidad han encontrado otro modo de control -laico, racionalizado- que de igual forma, llevan a tener que “demostrar” que tienes ciertas “razones de peso” para no ser juzgadx por tus practicas sexuales. Surge el discurso médico como sostén de esta forma de justificar el control de la sexualidad de la Población.

La película Shivers (5) , ejemplifica muy bien, tanto el rol del discurso médico (como salva guarda de conductas indebidas o peligrosas), como también el imaginario sobre cuáles practicas son normales y cuales no. Incesto, homosexualidad, sexo grupal, son las prácticas sexuales que ahí ocurren, a causa de una desviación provocada por el monstruo que escapa al control de los poderes que están ahí presentes. El deseo sexual como algo feroz, desatado y patológico. Además del espacio físico donde ocurren aquellas prácticas desviadas, lo que más escandaliza es que ocurren en un contexto de promiscuidad sexual, puesto que creo que ella es una de las conductas mas censuradas dentro de la sexualidad. Sin duda, moralmente hay diferencias en cuanto a lo condenable que resulta para hombres o para mujeres. Pero a pesar de esta diferenciación sexista (y heteronormativa por cierto), el discurso médico ha establecido un discurso de salubridad que sirve de sustentable argumento para esa idea moralizante.
Es decir, si la barrera de lo “moral” o de las prohibiciones legislativas, no sirven para frenar las conductas sexuales promiscuas, puede ser efectivo frenarlas desde el discurso racional de lo médico, que habla sobre enfermedades de transmisión sexual o de enfermedades psicológicas ligadas a la libido. Con esto no quiero decir que no existan enfermedades de transmisión sexual, sino más bien que el discurso sobre aquellas enfermedades funciona como un discurso de poder igual de moralizante que los que se producen en esferas no-científicas. Es por eso que la promiscuidad sexual frente a esos discursos, no puede encontrar ningún tipo de justificación aceptable (como el amor, por ejemplo). Por lo tanto, sus justificaciones o explicaciones son siempre cercanas a algún tipo de anomalía sicológica, a una falta de algo esencial para la normalidad, algún trauma, desviación, etc. Por esto, para el pensamiento hegemónico sobre sexualidad, la promiscuidad siempre será el síntoma de algo mucho peor que ella misma, ya sea aquella patología o ya sea el monstruo que se coló en el edificio contagiando de calentura a ciudadanxs respetables y tranquilos.

Así como el discurso médico funciona como normalizador de la sexualidad, el discurso liberal, funciona como normalizador de los movimientos sociales y las luchas políticas. Los sistemas democráticos con economías neo liberales suponen la idea de que la diferencia es aceptada, y que es parte de la diversidad necesaria y natural de toda sociedad. Sin embargo, este supuesto se viene abajo si consideramos que tanto la producción de subjetividad imperante, como las instituciones estatales han sabido muy bien provocar miedo en torno a la posibilidad de optar por la diferencia o de llegar a desviarse del camino establecido como correcto. Y claro está que el miedo tiene su fundamento concreto, lxs diferentes pueden ser castigados o sufrirán: lxs locxs al psiquiátrico, lxs delincuentes a la cárcel, lxs fexs ridiculizadxs, las minorías discriminadas... y así.

En el caso de las llamadas “minorías sexuales”, pueden ser aceptadas en el orden social, siempre y cuando, se ajusten a ciertos márgenes de buena conducta; funciona la lógica de que “si verdaderamente hay que hacer lugar a las sexualidades ilegítimas, que se vayan con su escándalo a otra parte: allí donde se puede reinscribirlas, si no en los circuitos de la producción, al menos en los de la ganancia”(6). Por ejemplo, ganancia a través del consumo de la moda gay o de organizaciones sociales validadas por el Estado que ayuden a promover campañas de uso de condón, sexualidad responsable, etc. En el caso de las “minorías étnicas”, puede encontrarse el caso del pueblo mapuche, que es tolerado como un aporte al folklor –chileno, por cierto- (e incluso como muestra de inclusión pondrán a la imagen de una machi en una moneda de cien pesos), que responde a la manera “políticamente correcta” de exigirles una respuesta de sumisión frente a aquella inclusión, que en la práctica signifique no luchar ni reclamar por territorio, puesto que en ese caso están dispuestos los mecanismos para frenarles (represión policial, ley antiterrorista, etc.)

Finalmente, desde esta lógica, cualquier diferencia debe ser confinada a espacios donde no moleste a los normales, sea éste un territorio físico, como la cárcel, el psiquiátrico o la disco gay, o una identidad cerrada en la victimización que ruegue por inclusión social. Así, la diferencia no resulta peligrosa mientras sea confinada a esos espacios de tolerancia, puesto que ésta finalmente funciona como un mecanismo de seguridad.

Todos los espacios de disciplinamiento y control, así como toda la producción de subjetividad hegemónica, apuntan hacia la canalización del deseo.
Ese discurso sitúa al deseo en el lugar de lo salvaje, bestial y bruto, que debe ser controlado, disciplinado, normalizado, modelado. Al hablar de deseo no me refiero sólo a un “impulso o fantasía sexual” sino en un sentido amplio que abarca todas las “áreas” de la vida de lxs sujetxs, así como lo expresa Félix Guattari definiendo el deseo como “todas las formas de voluntad o ganas de vivir, de crear, de amar; a la voluntad o ganas de inventar otra sociedad, otra percepción del mundo, otro sistemas de valores”(7), otras maneras de expresar, de experimentar, distintas a las normales o establecidas por los discursos de poder imperantes.
Para que puedan emerger maneras de deseo indisciplinado, se hace necesario resistir y romper con los supuestos establecidos desde esos discursos de poder, crear nuevas subjetividades, que se escapen del encierro en que las sociedades modernas llevan a lxs sujetxs, al buscar encasillarles, categorizarles, docilizarles. Esta producción de nuevas subjetividades, es lo que Guattari y Deleuze llaman procesos de singularización, procesos de resistencia, de maneras de producir, crear y relacionarse consigo y con lxs otrxs, que coinciden con ese deseo indisciplinado.
Al hablar del deseo indisciplinado, no tiene que ver con esa idea negativizada del discurso hegemónico de poder, que sitúa al deseo -como ya dije antes- como lo salvaje que debe ser civilizado, sino por el contrario como una manera de subvertir aquella negativización y apropiarla como modo estratégico de hacer política, como un lugar –el de la diferencia que no busca ser ni tolerada, ni incluida- donde se produzcan modos para resistir y subvertir aquellas marcas que deja en nuestros cuerpos dicho disciplinamiento, esa modelación que busca lograr cuerpos dóciles y eficaces que sean funcionales a los modos de producción capitalista.

Citas:
Foucault, Michel. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. México, Siglo XXI, 2001, p.140
Foucault, Michel, Historia de la sexualidad, vol. I La voluntad del saber, México: Siglo XXI, 1976, p. 20
Rubin G., Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad
Foucault, Michel, Historia de la sexualidad, vol. I La voluntad del saber, México: Siglo XXI, 1976, p. 4
Shivers, Cronemberg, David (1975). Canadá. Duración: 1 hora, 27 minutos.
Foucault, Michel, Historia de la sexualidad, vol. I La voluntad del saber, México: Siglo XXI, 1976, p. 4
Guattari F., Rolnik S, Micropolítica Cartografías del deseo, Argentina: Tinta Limón, 2005, p. 318

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